Into the wild

Saco la taza del microondas y me siento al sol. Tengo en mis manos birome y hoja en blanco, de esas de impresora que con la excusa del "está doblada" saqué del escritorio. No sé por qué pero me tienta más escribir en una hoja genuinamente en blanco y no en pedazos de papel que sobran, con sus renglones y accesorios molestos... Me dispongo a hundirme entre ideas cuando un "alejate de mi café con leche, puto", dirigido a un perro que no es mío corta el momento. Entonces tomo un sorbo y me doy cuenta que ya está frío y que tanta leche lo vuelve desagradable. Extraño el café apenas cortado, casi puro, que consumía en litros el año pasado. Ahora está prohibido: un estómago sensible o exceso de mi parte. Quién sabe si ambas... Aunque siendo sincera supongo que 5 tazas diarias era mucho.... De todas formas los bichos me dejaron sin opción: lo atacan las hormigas, lo lame el gato, ahora sí, no gracias.
Vuelvo sobre la hoja pero una mosca me distrae. Después pienso en la hormiga que está caminando por mi pierna y que sigue insistiendo, a pesar de que es la tercera vez que la saco. También me detengo en un asqueroso graznido y continuo aleteo que se oye cerca ¡Malditas sean las palomas, ratas inmundas, escoria urbana!
Concluyo que lo del verde inspirador es una mentira, que me concentro más en el "encierro", entre paredes, que logro focalizarme mejor adentro porque ahora el perro está oliendo las partes del gato y esta vez sí que no van a surgirme más ideas.